Todos quienes tenemos mascotas y las amamos tanto como nos aman, hemos pensado que daríamos todo por su bienestar, por su felicidad, TODO. Pero, ¿qué pasaría si tuvieras que abandonar a tu perro o tu gato para salvarte?
Esa pregunta tuvo que hacerse Ann Elizabeth Isham, quien viajaba en primera clase en el Titanic junto a su perro Gran Danés. A estas alturas, sabemos que el barco se hundió y se convirtió en una de las mayores tragedias de la historia.
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En la madruga del 15 de abril de 1912, cuando Ann Elizabeth se acerca para subir a un bote salvavidas, recibe la indicación de abordar sola y tener que dejar a su perro en el barco, ya que por su tamaño ocuparía la plaza de una persona. Ella, sin dudar un instante, decide quedarse al lado de su perro y mejor amigo, no podía dejarlo solo. Se sabe que Ann Elizabeth Isham fue una de las 4 mujeres de primera clase que murieron tras el hundimiento.
Entre los cuerpos que se encontraron, identificaron el de “Lizzie” quien abrazaba a su perro por el cuello. Años más tarde, su familia difundió esta historia de amor incondicional y erigieron un monumento en su memoria.
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Cuando el Titanic zarpó habían 12 perros a bordo, de los cuales, sólo 3 se salvaron: un pequinés de la familia Harper que logró subir a los botes, una Pomerania cuya dueña logró envolver en una manta para hacerla pasar por un bebé y otra Pomerania que logró irse con su dueña, pero el esposo de ella sí falleció en aquel lugar.
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Nos queda claro que hay amores que son para toda la vida, algunos, incluso, van más allá.
¿Tú qué harías?
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